Ir más allá de las líneas de tiempo.
Medir el tiempo es tremendo asunto político. Es un campo de imposiciones. Alguien decidió que todos los pueblos de este planeta deben usar como referencia el sistema de medida occidental que determina la forma en que se comprende la vida de millones de personas que viven y vivieron; su memoria y su pasado siendo contados al ritmo de lo que otros impusieron.
¿Alguna vez le han intentado explicar a una persona que habita zonas temperadas (con estaciones) cómo funciona la medida del tiempo en el trópico? Ponen esa cara de mezcla entre extrañeza y pequeña molestia ante la dificultad para comprender que nuestras vidas, las de los que vivimos aquí, no discurren en función de sus estaciones. Se les antoja como algo incompatible con la idea misma de poder vivir. “Con razón no saben planear o llegar a tiempo”, afirman grandes cantidades de blanco-europeos con la sobradez propia del pensamiento colonizador que aún no logran sacar de su estructura vital.
Me metí a la tarea de dar un curso en el sur de Perú sobre cómo planear museos desde ese contrasentido, dejar de lado el tiempo del norte y entender nuestro propio espacio en su carácter espiritual, el que ofrecen los hombres que salen desde hace miles de años a sembrar la tierra de acuerdo a ese otro tiempo muy nuestro, del “ahorita”, de la lluvia que a veces no se le da la gana venir y que otras veces lo inunda todo. Tiempo para comprender que se vive de acuerdo a la cota de las alturas que impone lo que se debe sembrar. Pasar del tiempo europeo al espacio de la montaña y la planicie americana.
Fue difícil. Aún sigue apareciendo con insistencia el prejuicio que abraza este entendimiento impuesto de siglos. Aún dependemos de los tiempos arqueológicos, históricos y de periodos artísticos de ese norte que nos desprecia en nuestras formas. En los museos, aún concebimos la vida más en ese tiempo que en el espacio vital que está ahí fuera mostrando que el pasado es algo que se repite constantemente. Está lleno, como lo conciben los pueblos amazónicos, de meandros de río que a veces casi se juntan para contar la memoria una y otra vez. A pesar de ello, seguimos contando nuestras historias en líneas de tiempo rectas que no se entretejen.
No fue un trabajo infructuoso. Hubo que darle la vuelta a la idea de “planear” para al final terminar escribiendo cartas y poemas declaratorios del amor por cada Museo y así, encontrar la piedra base, el sentido espiritual de cada uno de nosotros en esas instituciones que nos ponen en conflicto con lo que pensamos y somos. Otra forma para comenzar a planear al servicio de la gente que vive en estas montañas y sabanas americanas.
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