GIGANTE
La vi pasar durante uno o dos segundos por la esquina del ojo, majestuosa y frondosa alzándose en la plaza central del pueblo. La peor maldición de andar en flota es que uno no puede darse el lujo de detenerse para apreciar en detalle las cosas. El afanoso viaje del bus marca un ritmo diferente que lo impone el horario de partida y llegada cuyos pasajeros aguantan con impaciencia debida. Pasé por esta ¨Ceiba de la Libertad¨ sobre la que había leído y escuchado hablar en un buen número de ocasiones; fue tan fugaz el instante, por la prisa del chofer, que creo que la mayor parte de la imagen que tengo de ese momento es un collage hecho en mi cabeza con retazos de todas las plazas de pueblo que he visitado: el árbol majestuoso en el centro, a un costado el héroe nacional con su pedestal y busto erecto, los campesinos sentados en las duras sillas de cemento que rodean la plaza a la que le llaman parque y que seguramente las pusieron durante un gobierno liberal con ayuda de los buenos oficios de algún hacendado del pueblo. Campesinos impávidos por la violencia que se sientan en todos los municipios colombianos bajo la sombra de décadas a ver qué hay de nuevo o quién pasa para arriba o para abajo de las veredas.
Humboldt se comió el cuento que a este pueblo le decían “Gigante” porque alguien le dijo que las gentes del lugar habían encontrado grandes huesos antediluvianos de hombres de tiempos inmemoriales. Hombres gigantes que en realidad eran mamuts deambulando por todo el valle del Magdalena hace diez mil años. En otro viaje, el de mi hermana pedaleando a lomo de bicicleta desde Bogotá hacia Quito por la vía del Amazonas, la historia era diferente: ella tenía la certeza que el nombre del pueblo venía del frondoso árbol del parque. -El pueblo de Gigante se llama así porque su árbol es gigante, yo lo vi-. Difícil ver alguna falla en esta lógica.
Fue un 21 de mayo, día de la afrocolombianidad, en que este árbol, luego de 170 años de habitar este lugar, no aguantó más su propio tamaño y se partió por la mitad dejando a todo el pueblo muy afligido. Este era un árbol de la libertad que la tradición oral afirmaba de forma mítica que lo había sembrado el mismísimo José Hilario López para celebrar la abolición de la esclavitud. Con la cantidad de documentos que se han quemado y perdido en las decenas de catástrofes burocráticas que han visto estas tierras es difícil corroborar la historia. Realmente no creo que importe mucho su origen si en la cabeza de los pobladores, la ceiba era su símbolo mítico de libertad que los protegía, que les daba sombra y les guardaba en secreto permanente las conversaciones de cada generación. Seguramente llevaba más de siglo y medio escuchando polémicas sobre el color del gobierno de turno y las luchas contra los rebeldes liberales o conservadores según fuera el caso.
Pasé por esta ceiba unos meses antes de que cayera, la pude ver en ese instante del paso de la flota cubriendo las cabezas y sombreros campesinos de esas tierras. Quedó borrosamente grabada en el recuerdo. Espero volver a Gigante y encontrarme con la sorpresa de sus fragmentos de madera convertidos en recuerdos celosamente resguardados dentro de cada casa. Que tan solo quede un pedacito de esos pasados en cada lugar, en cada habitante. Ya crecerá otro árbol que les tire sombra de nuevo.
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Ceiba de la Libertad en Gigante, Huila. 2017. cc. Elivr |
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