Una estatua no es la Historia.


O por lo menos en el caso de la obra de Macho, que fue derribada en Popayán el 16 de septiembre de 2020, no es una fuente primaria para entender la Conquista o la Colonia en Colombia. Sin embargo, más allá de esa premisa, las estatuas de conquistadores si han sido definitorias y determinantes para vender una única versión muy arreglada de la historia de la conquista: llena de héroes, pacificadores, fundadores de pueblos y ciudades (donde ya había pueblos y ciudades), portadores de la luz del progreso y la "civilización".


Muchas de ellas ni siquiera han alcanzado a cumplir su centenario. Son estatuas en su mayoría de la primera mitad del siglo XX que representan la clara intención política, principalmente conservadora, de las primeras décadas de ese siglo: construir una idea de nación colombiana con un origen único y hegemonizador perfectamente adecuado para unos tiempos en que la constitución de 1886 reinaba y reconocía a toda la nación como católica y principalmente de herencia hispana. De ahí que había que incluir en la narrativa histórica a los conquistadores como grandes "proto-fundadores" de la nación colombiana.

Pero como digo, una estatua no es la Historia y puede caerse por su propio peso. El discurso hegemónico de los años treinta es altamente incompatible con lo que decidimos constituir como nación colombiana en el año 91. Haber tumbado esta estatua no se trató de un ataque a todo lo que oliera a "España" o a nuestro pasado colonial. En realidad consistió más bien en otro juicio sumario a la idea de país de 1886 y su excluyente visión sobre lo nacional. Fue un acto profundamente político que no atacó las creencias individuales de los otros; afirmo esto último porque he leido a mucha gente, con su opinionitis irresponsable, comparando esto con un atentado a las figuras religiosas como hace el Estado Islámico o que los indígenas van a destruir los centros históricos ylas iglesias de las ciudades y pueblos. Completamente ridículo.

No es comparable esta acción con la destrucción de los Budas de Bamiyán o los Lamassus Asirios del Levante. Quien hace estas comparaciones carece de todo contexto y entendimiento sobre la idea de materialidad en el patrimonio cultural. Esa materialidad que describe la piedra... el material, pero que también hurga en el espíritu intrínseco de los objetos, en los simbolismos que construimos alrededor de ellos. Un ataque a un objeto religioso y a una estatua de un prócer son cosas transversalemente diferentes. La iconoclastia es otro tipo de debate y en este caso no es relevante. Tampoco aplica la obtusa comparación que hacen algunos con que ahora se pretende destruir las fortificaciones de Cartagena o los centros históricos de las ciudades colombianas por ser de origen colonial... ¡No son estatuas ni símbolos por Dios! Es esta misma gente la que poco he visto manifestarse cuando han sido destruidos magníficos ejemplos de la arquitectura de diversas épocas en nombre de causas más dudosas como "el progreso". Será que todavía está por llegar porque aún no lo veo en los pueblos y ciudades que decidieron acabar con sus centros históricos.

Pero volvamos a nuestra estatua. Ella tampoco tiene un valor espiritual o por lo menos es mínimo, no comprende un aspecto simbólico relevante de tal o cual creencia o religión, incluso si el conquistador portara el símbolo de la cruz no sería muy relevante (Comparen, por ejemplo, ese valor intrínseco con el de una estatua como la de San Pedro Claver en Cartagena). Están hechas con una materialidad completamente diferente. El “espíritu” del Belalcázar de Macho emana de un proyecto político hegemónico en el que la diversidad étnica no era reconocida ni tenía participación y por ende no podían aportar a la definición del símbolo que debía estar en el cerro de Tulcán. Un craso error, creo yo, pero no olvidemos que era otro momento histórico con otras personas y sus visiones. No vale la pena juzgar sus acciones a luz de lo que hoy somos; sin embargo las nuevas ciudadanías tienen el derecho a transformar el espíritu con que fueron pensadas las cosas en el pasado. ¿Que lo hicieron con una acción violenta? ¿Que esa no es la forma? tal vez, pero por lo menos aquí no se murió nadie como pasó la semana pasada en otros legítimos actos simbólicos de protesta. Hay que revisar qué entendemos por violencia.

¿Qué hacer entonces con este enredo tan berraco?

Reinstaurar la estatua no es una opción plausible; una parte importante de la ciudadanía ya se pronunció y esa acción no sería consecuente con la diversidad nacional promulgada en la Constitución actual. Tampoco es consecuente en la medida que el lugar donde estaba puesta la estatua tiene otras aristas patrimoniales y es un campo de múltiples memorias: es un sitio prehispánico donde se han considerado otros proyectos monumentales que revelan la tensión del momento que se vivió en los treinta: Hubo un proyecto para poner al Cacique Payán de Romulo Rozo y eso ya es un argumento muy fuerte para poner en entredicho esta estatua de Belalcázar.

Por otro lado la Ministra de Cultura planteó hoy el argumento de que los centros históricos de las ciudades colombianas son “Museos abiertos” y que por tal razón estos objetos son patrimoniales y deben estar ahí para la ciudadanía. Pero esa no es la realidad del espacio público en Colombia que desde lo simbólico y lo policivo sigue siendo un espacio con un fuerte control sobre lo que se puede decir, lo que se puede hacer o sobre lo que se puede protestar o poner en tela de juicio. Este cerro no es aún un “museo al aire libre” o por lo menos no uno a la luz de los Museos del siglo XXI donde se entienden sus espacios como lugares de encuentro ciudadano con diversos patrimonios. Aún falta un buen tramo de camino para llegar a esto con acuerdos claros sobre el uso simbólico del espacio público, un espacio que debe ser excesivo en ideas, visiones, monumentos e intervenciones pues nos pertenece a todos.

Creo que es necesario llegar a un acuerdo mediado por las personas e instituciones dedicadas a trabajar el tema del patrimonio cultural; supongo que esto podría generar buenos debates académicos, encuentros sociales e iniciativas ciudadanas. No vale la pena invertir millonarios recursos en restaurar una estatua que una y otra vez será objetivo de acciones simbólicas motivadas por un desacuerdo social donde no hay diálogo. No ganamos nada si restauran la estatua y el alcalde de turno de Popayán decide reinaugurarla rodeado de un grueso cordón de autoridades militares y al cuidado de policías del Esmad que no podrán estar ahí para siempre "cuidando el patrimonio". Solo de un acuerdo ciudadano emanará una decisión sobre qué hacer con la estatua. Por mi parte, creo que su lugar será un museo en Popayán donde se podrán hacer aproximaciones críticas sobre esos legados que para bien o para mal han construido la idea de lo que somos como colombianos y que debe estar constantemente en debate y duda. Creo que por este camino se podrá generar una ciudadanía que entiende el pasado como una oportunidad para revisar las perspectivas que tenemos como ciudadanos frente a estas estatuas.

Para ese momento, la pregunta del millón será: ¿La exhibimos erecta o tumbada como cuando cayó de su pedestal?

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